Sentaba a su lado. Nunca había estado así con alguien. Alguna sensación parecida tal vez, ensayos dispersos de esta ocasión definitiva.

Cuando llegaba, él ya estaba sentado ahí haciendo lo de siempre. Me quedaba de pie frente a él, no justo en frente, más bien a un costado, mirándolo, hasta que él llevaba sus ojos hacia mí, sonreía también y me descubría un lugar a su lado. Sin palabras, solo con un gesto indiscutible.

Luego era yo quien empezaba a hablar, a deslizarle preguntas con sus respuestas incluidas como abrepuertas a narraciones que nadie había pedido. Él me dejaba hablar, armando y fumando cigarrillos, mirándome de costado y dejando escapar de su boca, solo de vez en vez, un mohín muy parecido a una sonrisa.

Me habían dicho que apareció en el pueblo tan cansado que parecía vacío y que alguien le escuchó decir que se quedaría hasta llenarse.

Cada uno dio un significado viciado de subjetividad a esa necesidad. El panadero pensó que tenía hambre; el tabernero, sed; el párroco, escasez de Dios; el maestro, avidez de conocimiento. El traficante pensó que necesitaba más anestesia;  los burócratas, trabajo y las vírgenes, amor.

Yo no sé si le había soñado propósito cuando lo vi allí por primera vez, sentado solo mirando a su alrededor con ojos profesionales de silencio. Ni se por qué comencé a contarle de los atardeceres detrás de nuestras montañas, de las mañanas de sábado, del riego plateado en los huertos al menguar el sol, del viento en los árboles, de los otoños transparentes.

Siempre después de hablarle un rato, llegaban sus preguntas. Apenas más cálidas y dolorosas que su silencio. Creo que sabía que estaba transformándonos, pero no parecía importarle.


él

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Por fin, ha llegado.
Dicen que del oeste pero sin dar detalles. Llegó cuando lo esperábamos, cuando todas las señales invisibles anunciaban su arribo. Está aquí desde hace una semana y por ahora, solo mira y camina.
O debería decir, observa y recorre.
Él será, esta decidido, nuestro delineador. Será quien marque los bordes, quien separe las aguas, quien defina circuitos. Una calle solo estará ahi si él la nombra. La copa de un árbol dará sombra en las tórridas tardes de veranos solamente si el así lo describe. Ella dormirá sobre el pecho de él unicamente si el lo relata.
Será nuestro constructor, será el nuevo arquitecto de Ossadia.
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a quince de distancia

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No es necesario saber volar en Ossadia, sin embargo, pocos conservan sus pies sobre el suelo. Son entonces amateurs del aire, kamikazes en un cielo de apenas quince centímetros de alto. Se chocan, sí. Se hacen daño, a veces. Pero esa especie de levitación los protege de asuntos mucho más peligrosos que el vértigo.
En Ossadia la mezquindad no existe: nadie es dueño ni de la tierra que pisa.
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en gestación

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Una nueva Ossadia está dibujándose frente a nosotros, entre nosotros.
Los más jóvenes, los recién llegados, miran con ojos deshistorizados cada hoja, cada calle, cada edificio, cada pensamiento, cada acción.
Los más viejos, los que tienen ya algunas epopeyas pegadas en las paredes de sus vísceras, desconfían. Ellos que saben del miedo real, temen que el horror o la desidia o la indiferencia vuelvan.
Juntos nadan en viejos y nuevos ríos, en esta temporal Ossadia-Venecia.
¿las calles se librarán del lodo para hacerse transitables?
¿las noches serán lugares de encuentro que sinteticen los días?
Ossadia está de parto, esperemos. Soñemos.
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Sentaba a su lado. Nunca había estado así con alguien. Alguna sensación parecida tal vez, ensayos dispersos de esta ocasión definitiva. Cu...